Relato

EL ZAPATERO MUDO
Dolores Caballero.
Lo veía pasar y me preguntaba de donde venía o a donde iba.
Iba siempre con su cesta de mimbre con tapaderas a cada lado del asa, una cesta mediana que colgaba de su brazo doblado a veces y otras la agarraba de la mano mientras su otro brazo se columpiaba al caminar.
Le veía asomar por la esquina de hierro y seguía sus pasos con mi mirada hasta que llegaba a su casa entre las sementeras verdes, andaba erguido, a pesar de cargar chepa, por el camino que las separaba, a paso casi ligero, como si tuviese siempre prisa.

Una tarde fui con mi amiga a llevarle unos zapatos para que le pusiera una tapas y nos encontramos ante la vieja puerta de la casa, cuya fachada lucía algunos desconchones, en aquella calle que subía para la fuente de La Poza.
La puerta estaba encajada, la abrimos con recelo y mi amiga le llamó_ Felipe! Luego gritamos _Felipe!

Pero no escuchamos respuesta,
Nos propusimos entrar, pero a mi me daba un poco de miedo, ella había ido otras veces pero yo no, mi amiga me animaba a entrar, _venga Loli , si estará dentro y a lo mejor no nos ha oído,
_Que no, que se va a enfadar! Que mi madre me ha dicho que no entre en las casas sin que me abran!
-que eres una gallina, coo cooooo!

Conchi se burlaba de mi, y a pesar de mi reparo entramos buscando a Felipe. Cuando mis ojos pasaron de la puerta me quedé muy asombrada, era una casa muy descuidada, sin baldosas en el suelo, la tierra crujía bajo mis pies y sus paredes estaban sucias, pasando el pasillo tenía un banco largo con sus herramientas, leznas, cabo, agujas, algunas hormas, su martillo etc

Una bota bocabajo se sostenía sobre una barrita de hierro esperando ser arreglada de tapas, supongo, un par de pares lucían ya limpias sobre una pequeña mesa al lado de la puerta de una de las habitaciones y abajo del banco, un puñado de botas y zapatos cubiertos de polvo parecían cadáveres esperando que el viejo zapatero les devolviera la vida.

Yo estaba nerviosita perdía, pero con más miedo que vergüenza fuimos curioseando muy de pasada el salón- taller con cuatro muebles destartalados y algunas cortinas improvisadas por algunas arañas que hicieron en ellas su nido,

En el banco además observé una vela en una palmatoria y una caja de cerillas, otra había en la mesa camilla en otro rincón de aquel salón gris como aquella tarde en la que a pesar de tener una de las hojas de la puerta del corral abierta y también los postigos entraba poca luz.

Pasamos junto al banco colocado al lado de dicha puerta y nos asomamos, el corral era grande y tenía un pozo apenas saliendo por la puerta, vimos a Felipe mas adelante agachado y a pesar del frío, remangado cogiendo unas coliflores del pequeño huerto que había tras la ruinosa empalizada detrás del pozo, le observamos en silencio mientras cortaba las hortalizas y las lavaba en un cubo con agua y las colocaba en una banasta de plástico, de vez en cuando y a pesar de no tener demasiados frutos, él se estiraba y creo que hasta oíamos el crujir de su espalda.

Yo le tiraba de la trenza a mi amiga para que nos marcháramos cuando a esta se le escapó un estornudo y casi nos caemos para detrás al intentar quitarnos de la puerta temiendo ser descubiertas, pero no pudimos evitar que la postigos de la puerta hicieran ruido al chocar con la pared y el buen hombre girara su vista hacia nosotras, nosquedamos como estatuas mirando cómo se dirigía hacia nosotras con cara de no ser precisamente amigo.

Al mirarlo de cerca me sobrecogió más aún que de costumbre, ese hombre tenía la boca hundida y la barbilla prominente, supongo que al pobre le faltaría más de un diente, su nariz aguileña y sus ojos azules, grandes, saltones ya rodeados de un buen puñado de arrugas, en su cabeza calva saltaban algunos pelos juguetones por encima de su frente y por detrás de una oreja a otra, como una corona que se le hubiera bajado para abajo, ya teñidos de gris, pero intuyo que fueron rubios, vestía una camisa de sucio cuello marronzucho, una remangada chaqueta gris como las que usaba mi padre para su trabajo y unos pantalones marrones también de pana ya bastantes desgastados.

Nos hizo señas que yo no entendía, mi amiga ya había ido varias veces y a pesar de estar nerviosa por nuestro intrusismo, le explicó señalándose la boca primero y luego la oreja haciéndole con el dedo que no, que le habíamos llamado y no nos había oído,él movió su cabeza como diciendo..ya,, ya,, después ella le señaló los zapatos y las tapas y le hacía ruedas con la mano y el índice extendido, como preguntándole para cuando los iba a tener, él viajo zapatero cogió un arrugado almanaque y le apuntó que para el siguiente día, cogió los zapatos y los puso junto a los otros en su banco de trabajo.

Yo apenas le dediqué una tímida sonrisa y mi amiga le señaló hasta mañana haciendo gesto de volver con su mano.

Salimos de aquel triste lugar comentando el susto que os habíamos llevado por ser indiscretas y de lo bien que se entendía mi amiga con el mudo zapatero yo apenas lo conocía de verlo pasar por la calle.

Con el tiempo tuve la ocasión de volver allí con mi abuela, pues esta le llevaba unos huevos de sus gallinas y él le daba a cambio verdura de su huerto, mi abuela también se entendía con él a la perfección mientras yo les miraba ya con menos miedo y más interés, me llamaba mucho la atención cuando mi abuela hacia como que sonaba los palillos con sus dedos cuando hablaban del precio de las cosas, y Felipe le contestaba con gestos y algún pobre sonido desde su boca como si pudiera hablarle.

Fuente fotografía
Luego preguntaba a mi abuela como lo hacía, como se entendía con él si no podía hablar y ella me sonreía, me explicaba algunos signos y me decía que todo en la vida se entiende si uno presta atención.

Fui alguna que otra ocasión más y siempre sorprendida por aquel hombre tan humilde del que alguna vez tuve hasta un poco de miedo, alguna vez de las que acompañé a mi abuela me regaló un caramelo, siempre le vi sólo, con su pequeño huerto y su trabajo de zapatero comía todos los días.

Nos cambiamos a vivir a otro barrio y no volví a ver a nuestro entrañable zapatero, después me contaron que no vivía solo que le acompañaba un hermano, que fue querido por la vecindad y qué algunas vecinas les llevaban dulces que hacían por Navidad,yo le recordaré siempre columpiando su cesta caminando por el descampado, con su cabeza erguida y su cuerpo ya encorvado en alguna de aquellas bonitas y tibias tardes de primavera cuando las sementeras de aquel descampado brillaban verdes en todo su esplendor, coronadas por las peñas y nuestro hermoso peñón.

1 comentario:

Hernán Antonio Núñez dijo...

Siempre la humildad de una persona será motivo para recordarnos que no es necesario la ostentación para llamar la atención, Hasta el artesano mas humilde nos hace prestar atención a todo aquel que tiene un verdadero oficio, asi sea el de barrendero, pero si lo hace con alegría y entusiasmo se está anotando automáticamente en el libro de nuestros recuerdos. Me encantó el relato corto y sencillo pero puntual sobre el zapatero sordo. Te felicito por tu pluma, eso tambien te anota en el libro de mis recuerdos no vividos!